Description

Esta obra ocupa un lugar muy notable en el canon de la literatura inglesa. Compuesta por el clérigo anglicano, poeta, místico y teólogo Thomas Traherne en el siglo XVII, permaneció oculta en forma de manuscrito hasta su descubrimiento en las postrimerías del XIX y su posterior publicación en 1908. Su estilo, intensamente devocional, cercano a la prosa poética, y la calidad de su libre pensamiento religioso, hicieron que C. S. Lewis la calificase como casi el más hermoso libro en inglés. Esta es la primera y por hoy única edición en español.
Como muestra ofrecemos el versículo 3 de la tercera centena:
«El grano era trigo resplandeciente e inmortal, que nunca había de cosecharse, ni jamás se había sembrado. Pensaba que había estado allí por toda la eternidad. El polvo y las piedras de la calle eran tan preciosos como el oro, las puertas eran al principio el fin del mundo. Cuando vi primero los árboles verdes a través de una de las puertas, me transportaron y arrebataron, su dulzura y belleza inusuales hicieron brincar mi corazón, y casi enloquecer de éxtasis, tan extrañas cosas eran y tan maravillosas: ¡Los Hombres! ¡Oh, qué criaturas reverendas y venerables parecían los ancianos! ¡Querubines inmortales! ¡Y los jóvenes, relucientes y brillantes Ángeles, y las doncellas extrañas emanaciones seráficas de vida y belleza! Los niños y las niñas dando vueltas en la calle, y jugando, eran como joyas móviles. No sabía que habían nacido ni que tenían que morir, pero todas las cosas moraban eternamente como si se hallasen en sus lugares adecuados. La Eternidad se manifestaba en la Luz del Día, y algo infinito detrás de cada cosa aparecía y se comunicaba con mis expectativas y animaba mi deseo. La ciudad parecía hallarse en el Edén, o haber sido construida en el Cielo. Las calles eran mías, el templo mío, mías las personas, sus vestidos y oro y plata eran míos, tanto como sus ojos destellantes, sus pieles claras y sus rostros sonrosados. Los cielos eran míos, y también lo eran el sol y la luna y las estrellas, y era mío todo el Mundo; y yo era su único espectador y disfrutador. No sabía de propiedad alguna que fuera grosera, ni de límites ni divisiones, pero todas las propiedades y divisiones eran mías, todos los tesoros y sus dueños. De modo que con mucha dificultad fui corrompido, y se me hizo aprender los mecanismos sucios de este mundo. Los que ahora desaprendo, deviniendo de nuevo un niño pequeño para poder entrar en el Reino de Dios».